En otras ocasiones hemos señalado en este blog la importancia de la economía social para el desarrollo local y rural. Parece claro que los desequilibrios regionales y territoriales que surgen desde la propia economía de mercado –y que no cesan de aumentar, en general-, tienen una solución limitada mediante recetas clásicas de mercado, incluyendo el apoyo al emprendimiento individual. Además, los retos a los que se enfrenta un emprendedor, y más en el medio rural, son tan enormes (falta de clientes, falta de red social, falta de financiación, incomprensión, falta de colaboración administrativa, dificultades para competir…), que pensar que todos ellos pueden superarse desde una perspectiva individual, es sencillamente una ilusión, alimentada por el mito del “self-made-man”, por la sacralización del individualismo y de la competencia, propios del paradigma neoliberal vigente, el mismo paradigma que desprecia o ignora el valor de la cooperación y el carácter netamente humano de la misma.
Existiría también, por tanto, una dimensión ética: las iniciativas que tienen lugar en el medio rural no pueden examinarse como meros “negocios”, y sujetos exclusivamente a criterios de rentabilidad económica. Han de tenerse en cuenta otros criterios, como puede ser el valor de afrontar el propio proyecto de vida en una zona despoblada, los servicios que el territorio rural presta al conjunto de la sociedad, etc. De ahí, por ejemplo, que los instrumentos de la banca convencional o de las subvenciones tengan un efecto limitado sobre la promoción del emprendimiento rural, y que sea necesario articular mecanismos complementarios (microcréditos, banca ética, monedas locales…). De ahí, igualmente, la necesidad de potenciar herramientas más holísticas o alternativas de evaluación de proyectos: menos TIR y VAN (Tasa de retorno de la Inversión, Valor Actual neto), y más SROI (Social Return of Investment).
Sin embargo, la economía social es un concepto polisémico. Sus acepciones incluyen, entre otras:
- empresas con fines de lucro “al uso”, pero con diferente estructura de propiedad y decisión;
- iniciativas colectivas de proyectos que permiten ganarse la vida a los socios pero incluyen elementos de mejora de la sociedad (más o menos ideologizados, en una banda que fluctúa a su vez desde la Economía Social y Solidaria ESS, hasta las prácticas de Responsabilidad Social Corporativa RSC);
- todos aquellos proyectos que tienen que ver más con los fines o ámbitos de trabajo, especialmente en aquellos sectores que la economía de mercado deja de lado (social, medioambiental…), pero que no implica necesariamente ni pequeño tamaño ni escasos recursos: es lo que la tradición anglosajona llama el “tercer sector”.
Recientemente, el Parlamento Europeo ha reconocido el papel de la economía social para la generación de empleo en la UE. Pero, a su vez, ha destacado las dificultades que tienen estas empresas (recalcamos “empresas”) en el acceso a la financiación. Nos parece un buen punto de partida, pero creemos que es todavía demasiado reduccionista en cuanto a los objetivos y ámbitos de la economía social. Dicho de otra manera, no solo es un tema de financiación; tal vez no sea ni el fundamental.
De manera casi simultánea en el tiempo, en nuestra provincia de Teruel se pone en marcha una nueva iniciativa de la Oficina de Programas Europeos de la Diputación Provincial, las Jornadas y el Seminario de Economía Social y Solidaria (proyecto ESTE). Su declaración de principios es muy básica: “La vitalidad de un TERRITORIO coincide con la vitalidad de sus GENTES. Sí en los últimos 100 años la ECONOMÍA DE MERCADO no ha sido capaz de generar las inversiones suficientes como para asegurar el DINAMISMO de nuestra provincia, por qué no explorar OTROS CAMINOS”. Felicitamos por la iniciativa y le deseamos el mayor de los éxitos. Y esperamos también que sirva para profundizar en todas las dimensiones de la economía social.