La dignidad del olvido

En su libro “Los siete pecados capitales en USA” (1967), Fernando Díaz-Plaja escribía, a propósito de la lucha por los derechos civiles “Se ha extendido por una cierta capa de la sociedad americana, la intelectual, la aproximación al negro (…) no porque ese negro (…) sea digno de amistad, sino porque al hablar o salir con él se muestra la independencia de criterio (nada de prejuicios anticuados) (…) Es la misma actitud que obliga a la muchacha blanca de Berkeley a exhibirse acompañada de un negro (…)”.  Concluía Díaz-Plaja: “no sé qué resulta más humillante para el miembro de una raza de segunda clase. Ser ignorado o ser usado para probar lo libre que está uno ante los prejuicios”.

Me venía a la mente este pasaje cuando, hace unos días, veía el programa de TVE “Días de Verano”, donde se presentaba (o más bien, se exhibía) a un ciudadano de un pequeño pueblo (no recuerdo la provincia), mientras el título sobreimpresionado rezaba “DDV con la España vaciada”…Y es que, si bien es cierto que la movilización social de los últimos años ha conseguido despertar cierta atención ciudadana hacia la España interior despoblada, me temo que buena parte de esa atención reviste orientaciones no muy adecuadas.

Para empezar, la cuestión de la despoblación sigue sin preocupar, como ya he mencionado en alguna otra ocasión.  Es verdad que la presión mediática y ciudadana ha contribuido a que, al menos, el CIS la incluya en su lista de problemas que potencialmente pueden preocupar a la población española, pero los datos (julio 2021) son elocuentes: nadie entiende que le afecte personalmente, y no se concibe en términos de problema.

Como no se entiende en términos de problema, se plantea en términos folklóricos.  De esta manera, las televisiones dedican un tiempo importante a programas donde se presentan “tipos curiosos” que viven en los pueblos (como si fueran fenómenos de feria), pero que, mira por dónde, nunca viven en las ciudades.  O se muestra una solidaridad de salón, que se practica durante unos minutos, para que a continuación el set de TV desmonte los bártulos, una vez que la noticia simpática ha sido ya consumida y olvidada por el espectador de la ciudad.  Me fastidia ese tono paternalista y no exento de superioridad mal disimulada, con que los y las reporteras urbanitas entrevistan a ancianos o a personas maduras que podrían ser su padre o su abuela.  Ese tono pseudoaventurero en que dichos reporteros se dirigen al espectador, como si en vez de hablar desde un pueblo a cien kilómetros de Madrid estuvieran hablando desde la Patagonia.

En definitiva, me fastidia esa conversión de la problemática de la despoblación en “moda”, mientras los problemas estructurales del medio rural y de sus economías apenas merecen atención, y esa utilización mediática de las personas que viven en el medio rural, con la excusa de “sacarlos del olvido”. Parafraseando a Díaz-Plaja, no sé qué resulta peor para un habitante de las zonas rurales españolas: estar olvidado, o que se le arrebate la dignidad con la excusa de sacarlo del olvido.

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