En artículos anteriores, me hice eco de la ola especulativa de grandes proyectos de energía eólica y fotovoltaica, que están surgiendo por muchas zonas de la España del interior (aprovechando eso de que esté “vacía” o “vaciada”). Comentaba cómo se trata de un fenómeno que pretende sustituir uan fuente de energía por otra, pero sin cuestionar el modelo de generación y distribución de energía, basado en grandes empresas y grandes inversiones, y donde las zonas rurales quedan reducidas a su tradicional papel subsidiario de “suministrador” de recursos naturales (ayer carbón, o mano de obra joven, hoy viento y sol).
Viento y sol…y más cosas. No quiero ser agorero, pero me temo que esta oleada de renovables, tal como se está planteando, pueda llevar a diferentes “guerras” sociales y ambientales en un futuro cercano. Una de estas guerras sería, de nuevo, “la guerra por el agua”. Veamos un poco.
Por un lado, el cambio climático está reduciendo la cantidad, calidad y regularidad de nuestros recursos hídricos, especialmente en los países mediterráneos. A pesar de ello, la superficie de regadío (legal o ilegal) no ha dejado de crecer, casi siempre para producir más y venderlo cada vez más lejos. Y, cada vez más, soluciones que se plantearon en su día (como los trasvases o los embalses) muestran sus limitaciones…por la sencilla razón que, de donde no hay, no se puede sacar. Todo ello genera tensiones, dificultades para amortizar inversiones, problemas de suministro, sobreexplotación y salinización de acuíferos… Y todo ello genera conflictos entre territorios y comunidades, pancartas y azadas, arrivistas y pirómanos sociales.
Por eso, por ejemplo, en el marco de las negociaciones de la PAC, se quiere apoyar la agricultura de precisión o se quiere convertir el regadío en un ecoesquema (cuando el sentido común diría que no es precisamente una práctica de sostenibilidad ambiental): porque hay que buscarle financiación para una reconversión que reduzca drásticamente su consumo de agua.

(inciso: en el caso de los cultivos hortícolas, algún día nuestra sociedad reflexionará sobre el posible absurdo de invertir agua, dinero y energía a mansalva para producir tomates y lechugas…que en más del 90% también son agua, y transportarlas luego miles de kilómetros).
A esta situación ya de por sí difícil se puede sumar un frente más: la generación de hidrógeno “verde”. Estamos viendo cómo este producto ha pasado en pocos meses, de un casi desconocido o elemento de ciencia-ficción, a eje central de estrategias europeas y nacionales, para convertirlo en el vector energético de la nueva transición, alentando docenas de proyectos de todos los tamaños por todos los territorios, y moviendo millones de euros públicos y privados, pero…
…pero el hidrógeno “verde” se extrae del agua mediante electrolisis, y será “verde” en la medida en la electricidad requerida provenga de fuentes renovables, y sirva entonces para “almacenar” en forma de energía química la energía eléctrica generada por las renovables a horas o días que no están alineados con el consumo (el viento sopla cuando quiere, no cuando se le necesita). Por eso están surgiendo tantos proyectos de renovables, para alimentar este inmenso proceso electrolítico…
¿Y el agua? Hasta donde yo veo, la producción de hidrógeno es un proceso consuntivo del agua: se separa la molécula H2O y tendremos hidrógeno por un lado y oxígeno por otro, pero ya no tendremos ese agua para otra cosa(en el caso de una central hidroeléctrica clásica, por el contrario, el agua turbinada puede ser utilizada aguas abajo). Si la producción de hidrógeno se generaliza en territorios con un alto potencial de energía renovable, pero con escasez de agua (como los países mediterráneos), podemos tener un serio problema de asignación de prioridades en los usos del agua. Si ya los tenemos ahora (regantes, eléctricas, consumidores…), la inclusión de un nuevo uso consuntivo y masivo puede tener consecuencias ambientales y sociales nada desdeñables, pero no estoy oyendo a nadie hablar de este tema.

(nota técnica: la combustión de hidrógeno en una pila de combustible, en presencia de oxígeno, generaría agua, en forma de vapor. Este hecho es utilizado por los defensores de la tecnología para demostrar el carácter circular del hidrógeno…salvo que los procesos no son nunca perfectamente circulares: las leyes termodinámicas nos dicen que estos procesos tienen siempre un grado de ineficiencia y, además, el tener agua en forma de vapor no es tenerla disponible como en un acuífero o un río, por lo que su utilidad sería muy relativa y el carácter circular, muy discutible en la práctica).
Esto es solo un ejemplo. Hay más. Pero el caso del agua nos vuelve a demostrar lo que falta: falta planificación, falta liderazgo, falta ordenación y diálogo…la transición energética no está siendo ni planificada, ni ordenada, ni justa; no está contribuyendo a la emancipación de las zonas rurales, sino más bien a consolidar su posición periférica, y esto, me temo, puede tener consecuencias sociales, graves, en un futuro no muy lejano.