Como continuación a mi post anterior, hoy me gustaría comentar algunas cuestiones relacionadas con la biomasa, que es una fuente de energía que parece que ha pasado de ser una gran oportunidad a una especie de trampa, en términos energéticos y también para las zonas rurales.
Por un lado, la explotación de biomasa forestal con fines energéticos era considerada inicialmente una oportunidad para generar energía a nivel local en zonas rurales, mantener limpios los montes y sacar partido del recurso maderero, cuando éste ha perdido el valor económico tradicional como material de construcción. Sería un modelo “win-win”, donde todo podrían ser ventajas.
Este modelo, sin embargo, tiene sus matices, ya que depende de aquello que consideremos “residuo forestal” y de lo que consideremos “mantener limpio el monte”. Y aquí tenemos toda una gradación de posiciones: desde quienes piensan que nada es residuo, ya que el material forestal sobrante se descompone, juega un papel en la generación de suelos o como refugio de fauna, hasta quienes consideran que todo lo que no sea el árbol expedito es residuo, lo cual puede llevar a arrasar el sotobosque, y dejar los suelos vacíos, pero aumenta la producción de biomasa…
Por otra parte, dentro de esta idea, existe también el factor tiempo: a fecha de hoy, muchos montes del interior peninsular tienen un exceso de masa forestal, consecuencia de la evolución de repoblaciones que tuvieron lugar en los años 50-60 del siglo XX y que no fueron objeto de mantenimiento posterior. Dicho exceso representa además una carga combustible cuyos efectos podemos ver en los incendios forestales que cada año asolan muchos montes mediterráneos. Pero claro, ese exceso lo tenemos “hoy”, en el “minuto cero” de la explotación; conforme se vaya recogiendo y gestionando esa biomasa acumulada en décadas, la producción anual de biomasa es mucho más reducida (máxime en un entorno mediterráneo), y por tanto, la demanda de biomasa debería ajustarse a la oferta disponible, no en el minuto cero de la puesta en explotación, sino a la que puede haber una vez que se haya normalizado la producción…
En segundo lugar, se está cometiendo el error de pretender usar la biomasa para uso eléctrico. Personalmente, me sumo a los que consideran esto como un despropósito. Esto es un proceso muy ineficiente (convertir la energía química contenida en la biomasa en calor, y luego éste en electricidad), que requiere ingentes cantidades de biomasa por kilowatio generado. Como consecuencia de ello, se ha pervertido el concepto inicial de biomasa y se está optando por cultivos energéticos (plantaciones de distintos tipos de árboles) que se producen lejos del lugar donde se utiliza. La UE recibe en sus puertos barcos enteros de biomasa procedente de países de África, América Latina o Asia, y los montes del Matarraña (en el Bajo Aragón turolense) producen biomasa que es enviada a Italia a través del puerto de Sagunto. Igualmente, la presión sobre el recurso está haciendo que bosques enteros estén sufriendo un verdadero problema de sobreexplotación. Todo este proceso de producción y transporte, por supuesto, acaba con cualquier supuesta “neutralidad climática” de la biomasa.
Finalmente (last but not least), la biomasa se identifica también con biocombustibles, asociados muchas veces a la sustitución de cultivos de alimentos o al alza de los precios de alimentos básicos (como el maíz), todo lo cual ha reforzado el carácter especulativo e insostenible de la biomasa.
Dicho todo lo anterior, ¿existe margen para un uso sostenible de la biomasa forestal? ¿puede convertirse en un instrumento para el desarrollo rural? ¿cómo enfocarlo? Creo que la cosa podría desarrollarse del siguiente modo:
- Tener claro que el uso ha de ser local, de modo que el coste de transporte incida lo menos posible, y para uso térmico (es decir, calefacción y agua caliente).
- Evaluar el recurso en un entorno concreto (un término municipal, una comarca) y su evolución a lo largo del tiempo: el peor escenario disponible (una vez finalizadas las tareas de “primera limpieza” en un monte no mantenido hasta ahora) debería ser la base de oferta sobre la cual calcular la demanda a largo plazo.
- Convertir el volumen de biomasa normalmente disponible a capacidad calorífica, mediante tecnologías probadas y consolidadas (que no tienen por qué ser las más eficientes, pero prefiero pecar de conservador).
- Pensar en aplicaciones centralizadas que permitan un mayor control de la demanda y la generación de economías de escala: la calefacción de una instalación pública (un hospital, un colegio, un ayuntamiento) o un sistema de calefacción de distrito (district heating) serían muy adecuados.
A partir de aquí, vendrían los correspondientes estudios económicos, la búsqueda de subvenciones, la colaboración entre la administración y los propietarios privados, etc…El proceso no es sencillo pero ya probado en muchos sitios, y muy interesante y necesario, si hemos de recorrer un camino coincidente hacia la necesaria neutralidad climática y hacia la búsqueda de oportunidades sostenibles y emancipadoras para las zonas rurales.
gracias Miguel! Segurmanente pasa con ésto como con la mayoría de proyectos en los que se ve involucrado el ser humano, que aunque nazcan de un buen propósito inicial tardan poco en pervertirse, vease energias renovables en solar o éolica con mega instalaciones muy dañinas medioambiental y paisajisticamente..
Por otra parte la bondad medioambiental directa de la biomasa como combustible además, parece que los es precisamente cuando es muy anecdótica, y pasa a ser claramente perjudicial cuando su uso se masifica, por ser muy contaminante..
https://sevilla.abc.es/andalucia/jaen/sevi-prohiben-usar-biomasa-estufas-y-chimeneas-villanueva-arzobispo-para-frenar-contaminacion-202001161031_noticia.html
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