El título de la canción de Presuntos Implicados refleja bastante bien los sentimientos que ha despertado en mí mi reciente estancia por la cornisa cantábrica, a la que volvía tras un largo paréntesis de 22 años, y cuya primera visita era aún más pretérita, en 1984, dos años antes de la entrada de España en la entonces CEE. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, y lo que se ve allí, en Cantabria, puede ser un claro reflejo de lo que ha pasado y cómo ha cambiado el resto del país.
En 1984, a Cantabria se llegaba tras muchas horas y muchas curvas de viaje, con mucha parada, mucho puerto de montaña y mucha calma. Hoy, puede llegarse en pocas horas por autovía desde la meseta o desde el valle del Ebro…y no digamos desde Bilbao, que ha convertido el oriente de Cantabria en una suerte de enorme segunda residencia, vertebrada por la autovía que conoce atascos los viernes y domingos (igual que el Pirineo aragonés vive esa situación con Zaragoza, o tantos otros lugares).
Por supuesto, esa autovía está construida con Fondos europeos, como todas la carreteras interiores que surcan la Comunidad autónoma, como el centro de salud, como las escuelas o los polideportivos, como los centros de interpretación, como las plazas restauradas o los paseos marítimos, como los puertos deportivos… Si a esta marea de fondos europeos unimos la burbuja inmobiliaria hasta su pinchazo, el resultado es una tormenta perfecta donde el paisaje de vacas, prados, y pequeños pueblos ha sido sustituido por un extenso tejido de segundas residencias, calles y barrios nuevos.
A su vez, la entrada en la CEE supuso el fin de numerosas explotaciones ganaderas familiares, el cobro de primas a veces por los motivos a veces más peregrinos, la aparición de unas cuotas lecheras desdeñadas en su día y hoy en día añoradas por numerosos ganaderos, el cierre de industrias (sobre todo en el sector del metal), la pérdida de activos en el sector primario…hoy, Cantabria muestra las mismas pautas que muchas regiones del país: aumento de la renta y convergencia regional en términos macroeconómicos pero, a su vez, reducción del peso del sector agrario y de la población rural, y aumento de la urbanización y del sector servicios, con especial incidencia en el turismo. ¿Es esto mejor o peor? ¿Estamos “mejor o peor”? ¿O tal vez debemos huir de dicotomías simplistas y analizar más en profundidad las cosas? Lo que es obvio es que los territorios han cambiado, y mucho, y que no podemos sostener las nuevas propuestas y políticas de desarrollo con parámetros anteriores a 1986 (que es lo que, por desgracia, se sigue planteando en muchas ocasiones).