La Comisión Europea publicó en ya en 2008 un interesante documento titulado “REGIONS 2020
AN ASSESSMENT OF FUTURE CHALLENGES FOR EU REGIONS”. Este trabajo de prospectiva analiza los principales retos a los que se enfrentan las regiones europeas en el futuro, sistematizando dichos retos a través de una serie de indicadores cuantificados y cartografiados.
Los grandes retos que identifica la Comisión son cuatro:
- La globalización, que está poniendo en cuestión los modelos tradicionales de producción, distribución y consumo, y las empresas y empleos ligados a dichos modelos.
- El cambio demográfico, con dimensiones muy variables según las regiones, pero que incluye la dispersión, el envejecimiento y la masculinización de la población, con consecuencias económicas y sociales de primer orden.
- El cambio climático, caracterizado en las regiones mediterráneas por el aumento del riesgo de erosión, desertificación, incendios forestales, etc…
- El desafío energético, que plasma la necesidad de contar con fuentes de energía segura y sostenible, permitiendo poner en valor los recursos endógenos, promoviendo la tecnología y generando empleos a escala local (eólica, solar, biomasa…).
Sobre cada uno de estos desafíos, la Comisión ha cuantificado y cartografiado la vulnerabilidad de las regiones a los mismos. Y llama la atención que la región de Aragón se encuentra entre las regiones más vulnerables en cada uno de los indicadores. De hecho, la Comisión pone números y mapas a algo que se percibe sobre el terreno: la fragilidad de nuestro tejido productivo (constantemente amenazado de cierres y deslocalizaciones, poco diferenciado e innovador, y formado mayoritariamente por una constelación de microempresas con poca o ninguna costumbre de colaborar); una población envejecida y dispersa, que reduce el porcentaje de población activa y presiona sobre los servicios públicos; un problema cada vez más palmario de erosión, de sequía, y de riesgos climáticos, y unos recursos energéticos renovables de primer orden, pero de momento ralentizados por el vigente marco legal, y que además no ha contribuido al reequilibrio territorial, al despliegue tecnológico y a la generación de empleo como sería de desear.
Sin embargo, todos estos retos constituyen a su vez oportunidades: ¿por qué deberíamos de esperar que nuestros ancianos sean cuidados con tecnología alemana o austriaca…? ¿por qué la domótica que ha de hacer más fácil sus vidas ha de provenir de Suecia o del Reino Unido? ¿No existen ingenierías, gabinetes y empresas de movimiento de tierras que han trabajado durante años en la burbuja inmobiliaria y tal vez podrían reorientarse hacia la restauración ambiental? ¿Por qué no hay una apuesta clara por el horizonte de las renovables a escala local, con efectos beneficiosos sobre las empresas, sobre el empleo y sobre nuestros bosques? Todo esto forma parte de un horizonte estratégico que, entre todos, hemos de construir. Y el documento de la Comisión Europea es en este sentido muy esclarecedor: sobre los retos, y sobre las prioridades de asignación de fondos europeos en los próximos años.