No vo ya comentar aquí el chascarrillo de la visita de uno de los hijos de Donald Trump a la provincia de Teruel. Más bien, a raíz de los acontecimientos de los últimos meses en Estados Unidos, con la derrota electoral de Trump y la toma del Capitolio por sus seguidores, han corrido ríos de tinta para explicar los motivos que han llevado a este tipo de situaciones (negación de la realidad, rabia contra el sistema, tontería generalizada…). No voy a entrar aquí a debatir en profundidad sobre esta cuestión, aunque reconozco que sí ha despertado mi curiosidad y me ha llevado a leerme algún libro relacionado con el tema. Y esto me ha provocado algunas reflexiones, con implicaciones sobre la cuestión de la “España poco poblada” que me gustaría compartir con los lectores. Es como si empezásemos hablando de Trump, para acabar hablando de Teruel.
No voy a justificar aquí las tropelías, mentiras o xenofobias de Trump y una parte de sus seguidores. Pero tampoco podemos despacharlo pensando sencilla -y erróneamente- que hay 74 millones de votantes tontos y racistas. Más bien, me queda claro que hay muy amplias capas de la población norteamericana que se han quedado fuera del sistema. Gente con formación académica normalmente baja, que hasta hace unos años se ganaban la vida en la industria o en el comercio local, que creían tener su sitio y su sentido en el mundo, y que ven ahora cómo la globalización ha acabado con su mundo y su seguridad: industrias deslocalizadas hacia países de sueldos bajos y nulas garantías sociales, comercio local devorado por los gigantes del comercio electrónico…Gente que ve cómo el sistema político, abrumadoramente copado por personas de alta formación y proveniente de las élites profesionales ganadoras de la globalización, gobierna para esas mismas élites y deja fuera los intereses y necesidades de una gran masa social…
Gente…y territorios enteros. Los mapas electorales de Estados Unidos muestran una enorme brecha entre las costas y grandes ciudades (más pobladas, cosmopolitas, y de mayoría demócrata), y la “América profunda”, todo el centro del país, mucho menos poblado y con una mayor base agraria. Estos territorios que se ven también “fuera del sistema”, “extraños en su propio país”, y que ven cómo son tratados de manera condescendiente por buena parte de sus conciudadanos de la ciudad o de la costa: nuestra imagen de “paleto” tiene su equivalente en los “redneckers”, y a los estados del centro de los Estados Unidos se les llama “flyover states” (en referencia a que son estados que simplemente “se sobrevuelan” cuando se viaja, por ejemplo, entre Los Ángeles y Nueva York, sitios realmente “interesantes” y que “valen la pena”). Por tanto, el grito de rabia de millones de norteamericanos es también el grito de rabia de unos territorios.

¿Puede establecerse un cierto paralelismo con la situación española? ¿Podemos observarnos en el espejo norteamericano y pensar en lo que está pasando, o podría pasar, en un futuro próximo, respecto al debate territorial? Veamos un poco.
La toma de conciencia de la “España vaciada” que ha tenido lugar en estos últimos años ha tenido como leit motiv el hecho de que esos territorios se han visto “aparcados” de la atención administrativa y de los flujos benéficos de la globalización (si los había), y en cambio reciben los flujos negativos de la misma. De este modo, las quejas tienen que ver con la falta de inversiones públicas, de infraestructuras, con el tratamiento fiscal, con una legislación inadaptada a la realidad rural, con el cierre de minas o de explotaciones agrarias víctimas de políticas económicas o energéticas decididas muy lejos de allí, con la conversión de las zonas rurales en vertederos globales o en proveedores de energía para atender las necesidades de los ganadores de la globalización… En este sentido, me temo, no muy lejos de la situación que deben vivir muchos estados del centro de Norteamérica.
Esta toma de conciencia ha dado sus primeros pasos en la arena política. Lo hemos visto cuando, a raíz de la atomización del arco parlamentario español y la dificultad de construir mayorías, los escasos diputados de las zonas rurales se han convertido en un objeto de deseo para los grandes partidos y para sus voceros mediáticos. Lo hemos visto cuando “Teruel existe” da el paso de movimiento ciudadano a agrupación electoral y consigue un diputado, captando voto de todo el espectro ideológico y poniendo a Teruel en las portadas informativas. Lo hemos visto, también, cuando algún partido -hasta hace no mucho, extraparlamentario- se mueve por esos territorios, supuestamente “olvidados”, para intentar construir una base social y electoral, muy a menudo basada en cuestiones nativistas como la defensa de los toros y la caza, el desprecio por los valores medioambientales, o la valorización numantina de las producciones agrarias españolas (frente a los productos “extranjeros” y “desleales”), entre otras cosas.
A ello debemos añadir la catálisis provocada por los nacionalismos periféricos, uno de cuyos efectos colaterales es el contribuir al hartazgo de muchos territorios de la España interior, cansados de ver cómo el debate territorial se circunscribe únicamente a las reivindicaciones “egoístas” de los territorios históricamente más prósperos.
Como vemos, los pasos en la arena política son todavía balbuceantes, todavía poco precisos, pero todo puede pasar. Dichos pasos pueden llevarnos hacia una generosa ampliación del discurso y del sujeto político en España, donde se hable de más cosas, se tenga en cuenta las realidades rurales y se pongan las bases de una verdadera política de reequilibrio territorial, o los pasos pueden seguir basándose en el tacticismo y en el cortoplacismo, sin afrontar seriamente los problemas de los territorios rurales y de sus gentes, y contribuyendo así aún más a su desafección política y social, campo abonado para salvapatrias y oportunistas de toda índole, con consecuencias serias para el conjunto del país y, de rebote, para la Unión Europea. Y la partida, me temo, se juega en estos próximos dos o tres años.
Interesante reflexión Miguel como siempre!! Sin duda razonable el paralelismo.
Por otra parte tal vez es inexorable que las sociedades “progresen” hasta su perversión.. y cataclismo.. Ejemplos a lo largo de la historia haylos!!
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Muchas gracias por el comentario, Rubén. No sé si la involución es inexorable. Creo más bien que hay que reflexionar sobre por qué suceden las cosas, por qué tanta gente se desencanta de modelos de convivencia que parecían sólidos hasta hace poco. Y para eso, hace falta mucha autocrítica y no la autocomplacencia con la que suele tratarse estos temas.
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